Una de las pesadillas con las
que duerme Sandro Rosell le da vueltas a la fórmula de frenar y reducir la
importantísima deuda de 335 millones de euros que arrastra el FC Barcelona y
que maniata muchos de sus pasos para seguir creciendo. Pese a dos años de recortes, los planes del presidente del Barça siguen
viéndose limitados por ese gran lastre, heredado en parte de las anteriores
etapas de Gaspart y Laporta. Todas las gestiones que inicia la actual directiva
están hoy encaminadas a buscar patrocinios, nuevos ingresos atípicos y acuerdos
con ‘partners’ que puedan dar alivio a la situación técnica de números rojos.
Por lo que se ve, el camino utilizado importa ya poco.
Pese a cerrar la pasada temporada con 48
millones de beneficio, la realidad es
que el Barça no podrá tomar ninguna decisión sobre la construcción del nuevo
estadio (costaría 600 millones) ni acometer grandes fichajes ni operaciones
ambiciosas, si las cuentas reflejan ese elevado endeudamiento, que se
recorta año a año, pero muy lentamente. En algunos terrenos, como en el mercado
de los derechos de televisión, el club asume que ha tocado techo en las
exigencias y no puede esperar incrementos en los próximos cinco años. No han
tenido otra salida que el marketing y la comercialización del nombre del club, y
por tanto, viajar por todo el mundo en busca de la ayuda financiera, que al
final han encontrado en los petrodólares de Qatar, o en la ayuda de Shell para
la Fundación.
Rosell y su equipo disfrazan como pueden la situación real, y buscan golpes de efecto, como anunciar en la asamblea de compromisarios que no se incrementarán los precios de los abonos hasta el final del mandato de la actual directiva, en 2016. Fue una forma hábil de tener calmados a los socios, sobre todo el sector más radical que le exige todavía aclaración a los muchos pasos dudosos de la actual junta. Uno de ellos es la tan proclamada transparencia que el presidente no ha cumplido. Otro, conocer detalladamente algunos de los gastos desmesurados e injustificables de las anteriores etapas (un ejemplo, los fichajes y comisiones de Keirrison y Henrique, una promesa electoral incumplida) por los que, de momento Rosell (con un más que posible pacto secreto de no agresión) no ha querido entrar. No ha pasado desapercibida la presencia del vicepresidente Carles Vilarrubí en la presentación del libro de Johan Cruyff, al lado también de Joan Laporta. ¿Acercamiento y reconciliación?
Las trampas o medias verdades
de Rosell empiezan a ser una costumbre. Así
ha sido también con el cambio de patrocinador en la camiseta, que se ha
justificado por una petición expresa del patrocinador (Qatar Sports Investment)
y aplicado por una relevante cláusula en
el contrato con QSI, escondida intencionadamente ante los socios. A la hora
de la verdad, Rosell y su hábil gestor ecónomico, el vicepresidente Javier Faus,
se han llenado la boca de fundaciones, intereses institucionales y labores
benéficas para acabar ejecutando la
explotación de la camiseta con claros fines comerciales, como será ahora la
marca Qatar Airways. Lo que ni
Núñez, ni Gaspart, ni Laporta se atrevieron a hacer -- manchar la camiseta para
tapar los agujeros del club--, lo ha hecho Rosell sin pestañear, pero sin
explicarlo claramente a los socios y tomando atajos. Resulta cómico que Faus
defienda el cambio del nuevo patrocinador comercial del Barça aduciendo que
ayudará al aeropuerto del Prat.
Parece claro que la deuda actual del club
justifica cualquier decisión, pero el talante tomado por la actual directiva
empieza a ser peligroso. Los socios ya
saben que si desconfían, acertarán.
Publicado en www.diariogol.com
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