Enrarecidos por las dudas externas y las críticas a las alineaciones de Del Bosque, España se enfrenta a Francia sometida a la presión de tener que sentarse en el diván, para descubrir nuevamente la esencia y secreto de sus éxitos. La selección ha tenido momentos buenos, regulares y malos en sus tres primeros encuentros, pero los más radicales y duros con el seleccionador por sus elecciones en la Eurocopa no dan tregua ni tiempo. Y se ponen una venda en los ojos para olvidar ahora la historia de decepciones que marcaba a la selección antes de que Luis Aragonés, y luego Del Bosque, apostaran por un estilo de juego basado en la técnica, juego de posición, movilidad y capacidad de improvisación de los jugadores del Barça. Así cambió España y así, con el estilo de toque y posesión que ha encumbrado a los azulgranas, también llegó la selección a lo más alto, en la Eurocopa 2008 y el Mundial 2010. Los éxitos deberían tener más peso, y esa falta de confianza que se detecta en el entorno está enojando mucho a Del Bosque, al que también se le han visto dudas en Gdansk.
Amante del equilibrio en sus
equipos, siempre aferrado al doble pivote con Alonso y Busquets, el
seleccionador es el primero que debería dar ahora un paso al frente, y apostar
decididamente por reforzar la identidad y estilo de España que, como al Barça, le
ha resultado más rentable. Hay una certeza, y es que los mejores minutos de
España en Polonia han sido con Cesc Fábregas y Iniesta juntos en el campo, y el mayor
número de jugadores del Barça asociándose. Para enfrentarse a una Francia
también llena de problemas internos y descalificaciones, tras su inesperada
derrota frente a Suecia, a la selección le es necesario, más que nunca, recobrar
la seguridad y la confianza perdidas. Y pasa por reencontrar también la fluidez, el
ritmo, la sincronización y el entendimiento en el campo, que serán más fáciles con
Xavi volviendo a canalizar el juego, y sintiéndose reforzado por Piqué, Busquets, Iniesta, Cesc y Pedro, sus
socios en el Barça. Una vuelta a los orígenes, la columna vertebral con
la que se triunfó.
Nunca España ha ganado a los
franceses en competición oficial. De seis partidos en los grandes torneos,
España ha perdido cinco y empatado uno (en la Eurocopa de 1996, en la fase de
grupos). Es sólo la estadística, que está para romperla, pero no son los
‘bleus’ un rival para andar con dudas, y menos cuando todo el país empuja a
Benzema y Ribéry para que den el máximo de una vez y lideren al equipo en el
momento decisivo. Lo decía Iniesta, apelando al sentido común: “Que la gente esté tranquila, deben confiar
en nosotros. La selección se ha ganado un respeto a base de partidos, victorias
y el buen nivel de sus jugadores. Cuando ganas mucho, hay que saber que también
es difícil superarse o mantenerse. Ese es nuestro reto”. Y el de Del Bosque también parece claro: volver
a poner en el campo al grupo que más rinde y se hace respetar.
No ha estallado aún la gran
España, y frente a Croacia, hubo fases de todo tipo. Momentos en los que la
selección dominó y estuvo sólida, combinados con otros de vacilación y
nerviosismo. No es fácil jugar cuando sabes que el empate vale, y el equipo lo acusó,
pero faltó compenetración y clarividencia en el mediocampo, el habitual punto
fuerte de los españoles. El reencuentro con la personalidad de la selección
sólo llegó cuando Cesc –motivado y en forma tras su lesión-- entró en el campo.
Fue con su juego dinámico, búsqueda de los espacios, capacidad de improvisación
y llegada al área cuando España logró el gol salvador. Del Bosque debió tomar
nota y ahora está obligado a actuar. Volver a la esencia del Barça es el camino para
intimidar de verdad a la Francia más imprevisible.