El deporte siempre tiene dos caras y el Barça ganador de
Guardiola también las está descubriendo ahora con dolor. Lo ha hecho en un
momento de euforia colectivo, de absoluta implicación entre afición, técnico y
jugadores, y por eso la derrota frente al Real Madrid, en la Liga, y la
eliminación en la Champions ante el Chelsea están siendo un golpe
durísimo. La confianza de este Barça en sus posibilidades era absoluta, empujaba
el entorno, y desde el optimismo ambiental se reforzaba la fe de los futbolistas.
Pocos esperaban perder los dos títulos de golpe, y menos con la suerte tan en
contra. Por eso, cuando esta vez ha salido
cruz en el vuelo de la disputa deportiva, está costando mucho más asimilar el
varapalo.
Una derrota puede ser inmerecida, pero casi nunca es
injusta. La balanza se decanta hacia el que ha sabido jugar de manera más
inteligente el que ha dominado mejor la
tensión y los nervios, o ha jugado sus armas con más eficacia y astucia. Eso
hicieron el Madrid y el Chelsea en el Camp Nou, aunque el juego preciosista de
los azulgranas, siempre valientes y ofensivos, hiciera pensar que eran más merecedores
de la victoria. Cuando en el deporte fallas y perdonas en los momentos en que
eres superior, el destino es implacable y te castiga con la derrota. El Barça
lo ha vivido en esta eliminatoria de Champions, sin ser capaz de imponer su abrumadora
superioridad en el campo. Fue mejor en Londres y fue mejor en el Camp Nou, pero
no fue ni más listo, ni más certero que su rival. Y por eso cayó.
También hay errores de gestión que han influido en los dos
malos resultados del Barça. Se ha visto muy claro que la eficacia e inspiración
del equipo ha ido a menos, y que hay pocas respuestas y soluciones cuando los
goles de Messi no llegan. Las lesiones de Villa y Affelay son un atenuante,
pero no lo explican todo. Guardiola, que no ha acabado de exprimir las
incorporaciones de Cesc y Alexis con acierto, decidió jugar al todo o nada,
cuando decidió apostar por los jugadores del B y renunciar a más fichajes. No contó con el factor de la experiencia, ni
valoró la falta de una estrategia alternativa capaz de responder a los equipos
que, como el Chelsea, han estudiado detenidamenlte el juego del campeón.
Cuando Guardiola
buscó soluciones de emergencia al atasco ofensivo frente a los ingleses, se
encontró desarmado. Fiado a las genialidades de Messi y a los regates de
Iniesta, el Barça no supo imponer su superioridad anímica y numérica con otras
variantes ofensivas. No le bastó con
Cuenca y Tello para combatir la experiencia y profesionalidad del Chelsea. No hubo
disparos desde la segunda línea que provocaran rechaces, ni contó con la
astucia de un delantero puro para rematar los numerosos centros al área de los ‘blues’.
Las decisiones tácticas y técnicas
tienen siempre sus consecuencias, y así ha sido también esta vez. Y el castigo de
la eliminación ha penalizado al Barça por prescindir y no tener un plan B.