La derrota del Barça en Londres debe encajarse como lo que
es: un accidente del juego. Ganó el Chelsea en goles, pero no en fútbol, en una
noche de infortunio y desacierto en los remates donde el equipo de Guardiola
volvió a mostrarse infinitamente superior. Sorprendió ver tantos ataques
desperdiciados por falta de puntería en un partido en que los azulgranas debieron
sentenciar con su determinación y capacidad para dominar el juego e intimidar
con el balón. Fueron los errores de Cesc y Alexis en el primer tiempo, cuando
erraron sus disparos con todo a favor para marcar, los que renovaron la vida
del Chelsea, que, al final, completó un plan táctico y estratégico impecable.
Exprimió un contragolpe, marcó un gol y se encerró atrás para tapar todos los
pasillos interiores, por los que el Barça deviene poderoso y casi siempre
imparable.
Perdió Guardiola el pulso y ganó Di Matteo en la pizarra, y,
como comentó el técnico azulgrana, la razón asiste sólo a los ganadores. Las eliminatorias duran, sin embargo, 90 minutos. Y nada de lo que se vio en Stamford
Bridge anima a pensar en un desfallecimiento del vigente campeón de Europa, ni
a dudar de su solvencia y capacidad para remontar. Lo que más ha acumulado el equipo
azulgrana, en los fabulosos últimos cuatro años, es credibilidad y confianza
infinita en su capacidad para unirse y levantar situaciones adversas. Marcarle
dos goles al Chelsea en el Camp Nou será otro reto hermoso y difícil, por
tratarse de uno de los equipos europeos que mejor sabe defender un resultado y
ejecutar un contragolpe, pero este Barça imprevisible y brillante, cuando depende
de sí mismo, no suele fallar.
Reconocidos sus méritos, no hay que ocultar, el
coste del sobreesfuerzo al que le ha llevado una temporada difícil, marcada por
las largas lesiones de Villa y Affelay y la enfermedad de Abidal. Llega el
Barça al tramo final de la temporada más agarrado al corazón, a la ilusión de los
nuevos títulos, que a las propias
fuerzas, por el difícil reto de mantener la intensidad, con una plantilla corta, y reinventarse a la vez. El Chelsea,
copiando lo que antes hicieron otros, sólo pudo ensañarse ayer con el único punto débil del
Barça: privado de espacios, deviene un
equipo más previsible y mucho menos profundo, sin un plan B para atacar.
Por eso, justo ahora,
cuando la inspiración extraordinaria de Messi ha ido tapando los pequeños
desajustes del conjunto, es cuando todos, los fichajes (Cesc y Alexis), los
líderes (Xavi, Iniesta, Puyol, Piqué, Valdés) y los pulmones oscuros del equipo
(Mascherano, Alves, Busquets, Keita) deben dar un decidido paso al frente. Necesitará
lo mejor de todos para seguir vivo frente al Madrid en la Liga, y para superar
las exigencias de una vuelta en la Champions en la que debe imponer la fuerza del conjunto y en la que no cabrá ninguna otra
vacilación ni error. Pueden hacerlo y tienen detrás toda la confianza de una
afición entregada, a la que se han ganado a pulso. Por eso la derrota cruel e injusta
frente al Chelsea no dolió.
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