La evolución del Barça está seguro en el 3-4-3. Lleva ya semanas Guardiola poniendo en práctica ese sistema valiente y agresivo, con Alves adelantado al mediocampo para poder explotar la calidad y el dominio del balón. Es también apostar por las virtudes propias, para olvidarse de jugar en función del rival, el gesto de la autoconfianza y el mensaje claro de que el único rival es el propio equipo. Así lo está haciendo el Barça, incluso jugando ante un Valencia fiero y temible. Pero el sistema, sin Piqué y con Puyol todavía mermado de facutades, tiene aún deficiencias. Guardiola tuvo ayer que rectificar sobre la marcha ante un rival crecido que supo aprovechar las concesiones defensivas. Y el exceso de ilógica del planteamiento le pudo costar la derrota.
También el Barça descubrió sus intermitencias, el difícil reto de la intensidad en cada uno de sus partidos. Privado de espacios, el Barça deviene un equipo más previsible y mucho menos profundo, y a eso se aplicó el Valencia de Unai Emery, con un ejercicio de disciplina y combatividad nada fácil. El esfuerzo para mantener la presión durante 90 minutos sobre los azulgrana tiene su precio, que suele aprovecharlo el Barça al final de los encuentros, porque no es fácil desconectar el circuito de su elaboración. Ni Xavi, ni Messi, ni Cesc tuvieron ayer mucho tiempo para pensar y elaborar, durante una primera mitad en que fueron superados. Pero, después de que Guardiola corrigiera con los cambios la disposición táctica del equipo y volviera a sentirse firme y a gusto en el campo, con su acostumbrada y eficaz circulación del balón --el aire fresco de Thiago tuvo un efecto balsámico--, les bastó a los talentos del Barça un simple destello para lograr el empate.
Es grandiosa la química que Messi y Cesc transmiten sobre el césped. Se miran y entienden casi con los ojos cerrados. Cuando uno para el balón y piensa un segundo dónde enviarlo, ya está el otro corriendo y generando el espacio, en un diálogo futbolístico a menudo imparable para los defensas contrarios. También el Valencia sucumbió a esa magia entre Messi y Cesc, un filón de infinitas posibilidades para desencallar los partidos. El punto de inflexión del nuevo Barça. Pero lo mejor, en el partido y para el futuro del campeonato, fue descubrir que el Valencia tuvo agallas y recursos para frenar el empuje del campeón, para acorralarlo incluso, jugando con el convencimiento de que puede ser una alternativa para alegrar la Liga y darle emoción. Su meritorio esfuerzo sólo lo manchó el árbitro perdonándole un claro penalti sobre Messi.
Es grandiosa la química que Messi y Cesc transmiten sobre el césped. Se miran y entienden casi con los ojos cerrados. Cuando uno para el balón y piensa un segundo dónde enviarlo, ya está el otro corriendo y generando el espacio, en un diálogo futbolístico a menudo imparable para los defensas contrarios. También el Valencia sucumbió a esa magia entre Messi y Cesc, un filón de infinitas posibilidades para desencallar los partidos. El punto de inflexión del nuevo Barça. Pero lo mejor, en el partido y para el futuro del campeonato, fue descubrir que el Valencia tuvo agallas y recursos para frenar el empuje del campeón, para acorralarlo incluso, jugando con el convencimiento de que puede ser una alternativa para alegrar la Liga y darle emoción. Su meritorio esfuerzo sólo lo manchó el árbitro perdonándole un claro penalti sobre Messi.
Publicado en Diario Público 22-09-2011
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