Hay en Madrid un sentimiento de incomprensión, rechazo y
cierto miedo a la combustión de sentimientos que se vivirán el domingo en el
ambiente del clásico del Camp Nou. Quienes
denigran la relación entre deporte y política olvidan que nunca como ahora el
orgullo deportivo por los éxitos del Barça y el ansia de expresión catalanista,
ligada históricamente al club, han
estado tan armonizados y en un punto de máxima necesidad de expresión. El
Madrid se encontrará con un Camp Nou convertido en una olla a presión, y con un Barça que hoy enarbola dos banderas: la
de un club global, que exhibe un fútbol pletórico, admirado y victorioso, con
el que se identifica toda su masa social, y
la de una entidad centenaria adscrita a defender siempre la imagen de Catalunya.
No hay que olvidar tampoco la resonancia
mundial de los Barça-Madrid y que esta vez converge en el partido una
coyuntura de reivindicación nacionalista ideal para que el Barça asuma su
condición de ‘més que un club’ y vuelva a recuperarse aquella vieja etiqueta
que le colgó Vázquez Montalbán durante el franquismo, calificándole de ‘ brazo
armado de Catalunya’. No es la primera vez que se exhibirá un mosaico con la
‘senyera’ en el estadio barcelonista, pero sí la ocasión que, con más vehemencia y claridad, todo el movimiento
independista trate de internacionalizar sus reivindicaciones, de ahí la
proclama ‘Totes les estelades al Camp Nou’.
La instrumentación del fútbol por los conflictos sociopolíticos está en la historia del mismo deporte, y este Barça-Madrid se presenta como la sublimación de una rivalidad social, política y deportiva que va mucho más allá del terreno de juego. Y quizá por eso tampoco ha dudado el presidente Rosell –traicionando incluso lo que les contó a los socios en la campaña electoral- a poner al club “al servicio de Catalunya”, con un minireferendum en el estadio a favor o en contra de la independencia.
La realidad es que, ni en la grada ni en el campo, el Barça ha querido esta vez desperdiciar la ocasión de fundir sus dos banderas, la catalana y la futbolística, para defender ante los ojos de todo el planeta el orgullo de –en palabras de Pep Guardiola- “ese país pequeño de ahí arriba”.
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La instrumentación del fútbol por los conflictos sociopolíticos está en la historia del mismo deporte, y este Barça-Madrid se presenta como la sublimación de una rivalidad social, política y deportiva que va mucho más allá del terreno de juego. Y quizá por eso tampoco ha dudado el presidente Rosell –traicionando incluso lo que les contó a los socios en la campaña electoral- a poner al club “al servicio de Catalunya”, con un minireferendum en el estadio a favor o en contra de la independencia.
La realidad es que, ni en la grada ni en el campo, el Barça ha querido esta vez desperdiciar la ocasión de fundir sus dos banderas, la catalana y la futbolística, para defender ante los ojos de todo el planeta el orgullo de –en palabras de Pep Guardiola- “ese país pequeño de ahí arriba”.
Publicado en www.diariogol.com
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