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Rafa Nadal, entrenando junto a su tío Toni. |
Desde que Rafael Nadal sumara su séptimo Roland Garros, la carrera del
mallorquín ha estado salpicada de infortunios y problemas, y a la vez de un
gran desgaste. Después de perderse toda la segunda parte del año por lesión,
cuesta saber cuando podrá volver a su nivel y a pelearse en las pistas con
Djokovic, Federer, Murray y Ferrer. El
anuncio de su baja para el Open de Australia (14 al 27 de enero, en Melbourne),
además de toda la gira asiática, tras aducir un proceso vírico que ha complicado
su puesta a punto, abre un nuevo interrogante sobre la recuperación del ídolo
español. Uno más a las dificultades que presenta su vuelta al circuito y la
presión que tendrá para recuperar el
terreno perdido.
La prudencia y cautela
de Nadal hablan por sí solas de la carga anímica que está obligado a soportar
cuando vuelva a pisar una pista en un torneo oficial. Ahora se programa para
Acapulco, en el inicio suramericano de la temporada de tierra. La realidad es
que no hay prisas, y el exnúmero uno del mundo debe volver cuando se encuentre
realmente bien, y en condiciones de dar el máximo. Esa es la mejor estrategia y
planificación posible, porque todo lo contrario supone un desafío innecesario,
cuando por el camino son inevitables los tropiezos, y más en el exigente mundo
del tenis. Y ya se sabe que las derrotas abren el negro proceso de las críticas
y la inseguridad.
Quienes están cerca de
Nadal confirman que no le obsesiona volver a ser el número uno, pero que sí se
exige a sí mismo recuperar el nivel de juego sobre arcilla, con el que ha
llegado a lo más alto y a ganar siete Roland Garros. Ese nivel depende
directamente de que su físico esté en plenitud y que lo consiga o no dependerá
de sus rodillas. Todos los controles médicos auguran a Nadal una necesaria protección
para la segunda parte de su carrera. Para calibrar la enorme exigencia del
circuito profesional, entre viajes y torneos encadenados, sólo hay que mirar el
cuadro de los 50 mejores de la ATP, donde los
jóvenes más prometedores no logran la regularidad necesaria para asentarse y
tomar el relevo.
Uno de los mejores entre las promesas es el australiano de origen croata
Bernard Tomic, de 20 años, que no cierra el año entre los 50 mejores jugadores
del circuito. Aunque ha ofrecido destellos de su gran calidad durante el 2012, está
teniendo muchos problemas para asimilar el desgaste y confirmar en las pistas
las grandes expectativas que despierta su tenis. Es lo mismo que le ocurre a
otros jóvenes talentos, que han destacado mucho como júniors --es el caso del
búlgaro Grigor Dimitrov (21 años y 48ª del mundo) o del estadounidense Ryan
Harrison (20 años y 62º)--, pero incapaces todavía de discutirles las plazas y
desbancar a la generación de los 80). Las
raquetas más prometedoras no pueden todavía con la fuerza mental de los grandes
consagrados, que resisten, como Nadal, Federer o el ejemplar David Ferrer,
gracias a enormes sacrificios y a exprimir el valor de la experiencia y la
madurez. Pero también, como ahora se ve en Nadal, a una calculada y
metódica vigilancia médica del desgaste de su cuerpo para defender los privilegiados
puestos del ranking.
Publicado en www.diariogol.com
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